Somnolencia

Sabía que ésa iba a ser una de esas noches interminables de vueltas infinitas debajo del edredón nórdico. Si bien es cierto que en los últimos tiempos había podido evitarlas, sentía que esa noche no iba a ser diferente de aquéllas que tuve que sufrir hace no tantos años.

Normalmente solía conciliar el sueño casi en el mismo instante de arroparme debajo de las sábanas, más aún en los meses de frío, cuando la sensación de calor me producía un letargo embriagador que no desaparecía hasta que el sol comenzaba a despuntar al día siguiente. Incluso había ocasiones que ese amodorramiento me poseía viendo la televisión justo después de cenar y sólo conseguía vencer, brevemente, durante los escasos pasos que me separaban de mi dormitorio.

Hoy no es uno de esos magníficos momentos, las vueltas que estaba dando en la cama no hacían sino presagiar lo que no quería admitir, mi infructuosa consecución del sueño.

Intento dormir como sea: me pongo los tapones para poder concentrarme mejor en mil cosas, la mayoría vanas, y ni siquiera el silencio de una noche fría como ésta me acompaña.

Al fin sé lo que tengo que hacer, levantarme de la cama y huir de las vueltas insomnes que sólo conseguirán producirme dolor de espalda al día siguiente.

Me deslizo en la noche, sin hacer demasiado ruido, apagando mis pasos casi sin pisar el suelo, tanteando puertas y paredes hasta salir de mi cuarto. Consigo dejar atrás la cama y alcanzo el lugar donde reposan mis gafas, tan indispensables para mí, pero aún no he hallado mi destino, la sala donde reposan multitud de papeles en blanco que ansían que los hiera con mis palabras.

Miro el reloj, iluminado tenuemente por una pequeña bombilla, son las dos menos veinte de la madrugada y sigo aquí sin dar un triste bostezo, realmente el sueño y yo no somos amigos esta noche.

Hago la única cosa que me gusta de veras, escribir, pues por lo avanzado de la noche sé que no sería capaz de continuar la lectura que pospuse hace unas horas.

Hace tan sólo unos minutos que me movía como un condenado girando sobre mí mismo debajo de las sábanas, buscando algo tan simple como dormir, pero he tenido que ceder y hacer caso a esa vocecilla que me robaba el sueño y a la vez me gritaba desde algún rincón de mi mente para que me levantara e hiciera lo que estoy haciendo ahora: –Escribe– me decía- escribe sin más– pero me resistí durante largas horas.

Siento que debería intentar dormir de nuevo, supongo que habré aplacado, por lo menos por esta noche, la necesidad imperiosa de enfrentarme al papel y plasmar palabra tras palabra.

Ojalá y realmente supiera que me dormiré enseguida, al menos siento que he calmado mi ansiedad por unas horas.

Ahora sólo hay silencio, acompañado por el ruido del reloj, mientras noto que el sueño comienza a poseerme.

Sólo una cosa no tengo clara: ¿qué haré con estos papeles cuando amanezca y me recuerden cuando los relea mi noche insomne?

 


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